Entiendo perfectamente a Celine Dion cuando dice que ha viajado el mundo y no lo conoce. De cierta manera, y claro, en menor escala que la diva de divas, hay lugares que, dicho sea de paso, he visitado en más de una ocasión, pero pasaron por mi vida sin saber que pasaron: insert Londres, Venecia y…Niza.
Es difícil articular que si no fuera por las fotos, a veces olvido que estuve allí.
Pero hace un par de semanas, por una de esas corazonadas inexplicables-entiéndase como aquella vez que soñé con una canción de colegiala y días después me encontraba camino a Jerusalén-- regresaba triunfal a la última, quizás la más subestimada e incomprendida de todas, y más que lista para reinvindicarse.
Mis viajes son todos una mezcla de itinerarios, siempre militares con un 10 % de improvisación— porque a mis años, y post pandemia, he aprendido a ser flexible, a lo San Francisco, con las cosas que no puedo controlar.
Sí, soy el tipo de persona que, hace un research exhaustivo y obsesivo, con reservaciones y plan b, para no desaprovechar ninguna oportunidad. Pocas cosas me angustian más que regresar a casa y enterarme que la compañía de baile de Pina Bausch se estaba presentando en París mientras yo estaba ahí —o que había un pop up de helado de Caro Dario, o un outlet de Prada, en fin. True story. No lo he superado.
Todo este preámbulo para contar que justo antes de partir, literal un día antes, me entero de dos cosas: la primera, que había reservado solamente 3 noches en el Pellicano y ya quedaban solamente suites de carácter prohibitivo, lo que me dejaba una noche en Roma que francamente no me hacía mucha gracia. La segunda es que, después de su soft opening, finalmente el Hotel du Couvent estaría abierto al público. Soy über fan de sus propiedades hermanas, Les Roches Rouges y Chateau Voltaire, así que las expectativas eran altas.
Todo lo que había leído hasta el momento indicaba que este sería el nuevo Everest de la Riviera Francesa— para que me entienda mejor esta generación, GOALS, GOAT material .
Mi vuelo de regreso a casa salía desde Niza, así que no pude evitar imaginarme coqueteando con la idea de un breve desvío. En teoría no era difícil. Sólo tenía que cortar Marsella por una noche y listo. Ese no era el problema. La complejidad del asunto radicaba en convencer un marido exhausto, con jet lag, al que le había prometido no más de dos paradas, y ya íbamos por 4, sin contar esta…
Pero mi OCD era más fuerte que yo, no me hubiese dejado vivir en paz, teníamos que ir, era una obligación.
Para estas ocasiones tengo guardado un arsenal de frases que me ayudan en la tarea de negociar-aprendan conmigo: Ya que estamos ahí es la primera, seguida por Sólo se vive una vez…Cuando veo que ninguna lo conmueve-- prosigo con la artillería más pesada…lo que viene siendo…Yo lo cubro, Confía en mi, No te vas a arrepentir, Es más te hago la maleta…No sabemos si fue la combinación letal de todas las anteriores o el mismo cansancio, pero Jesus took the wheel, el marido accedió y el resto es historia…afortunadamente, porque estas desiciones no son para el débil de corazón, pudo bien haber sido un desastre.
Por si tenían el pendiente, no hay historia, ni foto que le haga justicia a Couvent.
Es como una vieja canción de Enrique Iglesias, casi una experiencia religiosa, pun intended. No tiene acceso directo a la playa, pero tampoco lo necesita, lo tiene todo y no exagero.
Para empezar, estamos hablando de un convento de 400 años en el corazón de Niza. De entrada, dentro de sus muros, donde no te alcanza el bullicio de las calles repletas de turistas, se respira una profunda paz cobijada siempre por la luz natural. El hotel es amplio, bien pensado, abundan los tonos neutrales, tenues, acogedores. La piscina en el jardín obsequia la mejor vista de Niza posible y te arrulla el canto de los pájaros, I know… bear with me.
Las habitaciones son cómodas, regias, un lujo que no grita. Permea el aroma delicioso a cedro que, junto a los libros y poemarios, invitan al descanso reparador. Como es de esperarse, las camas y sábanas son impecables. El baño es la piéce de résistance y los productos de Fragonard son casi el mejor souvenir, sino hubiese descubierto las mini botellas de vino natural comisionadas por el mismo hotel.
A esto le sumamos un studio de yoga de primera y un spa con baños romanos para el deleite de mi marido que gustosamente lo pagó. Los restaurantes servían pura delicia niçoise…entiéndase ensaladas de estación, con vegetales frescos del huerto, pescado, panes caseros, en fin, el paraíso. No me quería ir. No fui ni a la playa, yo... Te la ponen difícil, hasta en el check out. Ya maleta en mano, despidiéndote y pagando la (jugosa) cuenta, te entregan un paquetito con madeleines de limón recién horneadas, como para que lo pienses dos veces …si puedes cambiar tu vuelo, este es el momento. Sino fuera por mi cachorro – y mi cuenta de banco de clase trabajadora-todavía estuviese allí.
Todo esto para decir que, aún sigo sin conocer Niza, pero no me arrepiento.
Prefiero quedarme en el hotel, y bajarle dos decibeles a la agenda.
No cabe duda, soy otra – y ahora la vida se resume en un antes y después del convento, me han convertido. Alabado sea Dios.