Dime que te fuiste de vacaciones sin decirme que te fuiste de vacaciones…
La respuesta es sencilla- un souvenir, o dos, o tres…Cierto, no descubrí América, pero sirve como preámbulo.
En lo que sí podemos estar todos de acuerdo es que, estos recordatorios o mementos que recorren miles de kilómetros antes de llegar a su destinatario, suelen dividirse en dos categorías. En una esquina, los objetos únicos de carácter especial, que sólo se consiguen en ese lugar (como los fósforos del hotel Costes en Paris) y en la otra, los rosarios baratos que huelen a rosa artificial fuera del museo del Vaticano.
Las fotos no cuentan porque con AI ya no podemos distinguir a simple vista qué es real. Cualquiera pone una Torre Eiffel de background.
Me gustaría pensar que pertenezco al primer grupo, pero claro que he pecado, a quién quiero engañar.
A lo largo de mi vida y de mis viajes, mi maleta de mano ha albergado innumerables chucherías y ha sido testigo de todas mis gesticulaciones. Muchas veces, abrir la maleta me dibuja una sonrisa y me roba un suspiro, pero a veces me pregunto en qué estaba pensando y me inunda la culpa. Claro, nada como desempacar macarons de Pierre Hermé, vainilla de Papantla, canela de Jerusalén, mostaza de Dijon, farofa brasileña y textiles mexicanos. Dicho esto, también he tenido que llevar al dry clean toda mi ropa con manchas de vino tinto acabando de aterrizar. Definitivamente, esa no fue una buena idea y no lo recomiendo.
Podría seguir enumerando souvenirs, sin embargo, confieso que pocas cosas me emocionan y me entretienen tanto como los freebies, lo que viene siendo otro tipo de souvenir. Vivo para ellos. Con terapia he aprendido que la culpa es del happy meal de McDonald’s y sé que no estoy sola, mejor dicho, somos un army.
Por fortuna, hay hoteles que entienden a la perfección el tema, sus estándares son altos y se esfuerzan continuamente por complacer a sus huéspedes. No me mal entiendan, no me refiero solamente al comp early check-in, dos drinks en el bar, un upgrade, cápsulas de Nespresso ilimitadas, la YOLO journal del momento, y un minibar repleto de sodas locales—todas historias verídicas.
Siendo aún más específica, hablo de dos y solamente dos game-changers: los toiletries de lujo: exhibit A.—Hermés, Diptyque, Le Labo, Byredo, en esa línea--y no menos importante—mi debilidad—Exhibit B.- las mermeladas orgánicas, que sabe Dios la suerte que correrían en el limbo de los condimentos, como almas sin bautizar si yo no los rescatara. No miro la mantequilla por razones evidentes, pero caramba, qué mona es.
No puedo explicar la agradable sensación que me provoca este despliegue de perfección esperando por mí. Los escondo de mi marido y no es para menos. Estos codiciados potingues aromaterápicos de 3.4 onzas- aunque no tan eco-amigables (lo reconozco y se presta para tema de discusión) nos ahorran el mal rato de despachar la consabida maleta por la que también hay que pagar llegue o no a su destino.
Más allá- tienen el poder de tele-transportarnos a ese espacio sublime y finito que esperamos con ansias y llamamos vacación- donde decidimos conscientemente ser felices, flacos, jóvenes, guapos, educados y mejores personas—el espacio donde todo sabe bien, las estrellas brillan más, los problemas se resuelven mañana, nos atrevemos a bailar la Macarena en público y también, por qué no, cantamos karaoke - en fin--el espacio al que todos sin distinción- queremos siempre regresar, aunque descubramos que lo que vivimos no se repetirá jamás. Los imagino asintiendo con la cabeza. Yo sé que entienden lo que intento articular.
A fin de cuentas nos aferramos a estos instantes con una determinación indescriptible, con el temor— y la certeza de que los olvidaremos- aunque nos empeñemos en plasmarlos en el diario que repasamos cual ritual en nochevieja—hablo por experiencia.
Y mientras imito la inconfundible voz de Ramazzotti a todo volumen, en la intimidad de mi hogar, exprimiendo hasta la última gota de la crema de manos que traje de Il Pellicano (cuya fragancia intoxicante con notas de romero me devuelve al Mediterráneo)— les invito regresar conmigo a la bella Italia, donde pasé gran parte de julio, hidratándome con puro negroni sbagliato- como tantos otros miles de fieles peregrinos.
En la primera parada de esta obra en tres actos, llegaremos hasta Roma, la ciudad eterna, la favorita del verano, de Fellini y claro, de Instagram. Haremos una pausa en Pantellería, hogar de Giorgio Armani, donde descubrimos el verdadero significado de dolce far niente y terminaremos en Porto Ercole, capital oficial de la dolce vita. ¡Agárrate Kourtney Kardashian! IYKYK
No me sobra espacio para Capri, ni Puglia, ni Florencia- siento defraudarlos en esta ocasión.
Arrivederci.
Jen