Comienzo con pedir disculpas de antemano. Si la expectativa de esta lectura es un top 20 countdown les adelanto que, por ahí no es.
Es más, confieso que llegó febrero (POR FIN) y todavía no tengo las más mínimas ganas de montarme en un avión, lo que sí tengo son 46 años y todo lo que eso implica. No sé dónde está la mujer de 23 años que tan entusiasmada, con tres pesos encima y sin importar las circunstancias, ni las consecuencias llegó a Camboya, Bangkok, Buenos Aires, México, Cairo, y Jerusalén de mochilera. Ni no fuera por las fotos me hubiese cuestionado si lo soñé o lo viví…esta gran imaginación.
Y, en estos tiempos donde cancelan a cualquiera, quiero antes aclarar que, estoy muy consciente y más que todo, enormemente agradecida del privilegio que significa poder viajar. Sin embargo, entiendo por qué los ricos tienen aviones privados.
Para que me entiendan, me apetece siempre viajar, no me malinterpreten, para eso estoy puestísima. Lo que me pesa es el proceso tedioso y angustioso que todos- quién más quién menos- ha experimentado al viajar y que, dicho sea de paso, cada vez es peor. Llámese empacar, esa atropellada llegada a los predios del aeropuerto, atravesar el pasillo de seguridad como el camello bíblico-literal por el ojo de una aguja, abordar la aeronave, los acostumbrados retrasos, el despegue, las 8+ horas de ronquidos y estornudos que siempre son parte de la experiencia, los baños de los que mejor no hablamos hoy, el aterrizaje, el tráfico, el check-in en el hotel y por último desempacar, es a esto a lo que me refiero.
Total, dos horas más tarde, después de una ducha y un café, como todos, olvido el suplicio y vuelvo al asecho, una y otra vez, cual historia de amor que todavía no sabemos si es o no correspondida, pero vale la pena intentar.
En fin, a lo que íbamos, les debo las resoluciones.
A mediados del 2024 estaba coqueteando con St. Moritz, José Ignacio y Montecito. Fast-forward, Dios mío, qué pereza. Nada más pensar en la indumentaria y lo que le restaría a mi fondo de retiro me fatigué y me alarmé. Enero acabó conmigo y claro, y trajo consigo un cambio de perspectiva. No se preocupen que no hay cruceros- ni fiebre de White Lotus, eso jamás. Más bien, en el tintero veo con el rabo el ojo que el futuro luce prometedor…Veo palmas en el horizonte, muchas. Palm Heights, Palm Beach- I know…yo tampoco salgo de mi asombro. Debe ser que sigo en el Capote-era después de Swans.
Me veo regresando a Marseille, me veo en Newport, veo mucho Nueva York en el panorama, y si el tiempo y el presupuesto alcanzan, vuelvo a México. Pero como ya sabemos, si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes. El tiempo dirá.
En definitiva, en el mejor de los casos, todo apunta a que, el 2025 es el año de sembrar raíces y lo más difícil para mi--permanecer. Ya era hora. Librana al fin, hoy comprendo que le he dedicado toda una vida al arte del escapismo- con tanta gracia y aplomo que apenas se percibe. Pero estoy cansada, mejor dicho, exhausta.
Siendo sincera, más que explorar, descubrir, y rebuscar, esta vez, de verdad, a mi lo que se me antoja de sobremanera es revisitar los lugares a los que tanto les debo, los que han sido fieles a mi, los que han sido fuente de inspiración, donde he sido genuinamente felíz, esos—los que me han salvado de más de un episodio traumático. Me provoca regresar a los sabores que aún pagan renta en mi memoria y quedarme ahí hasta que aguante el pantalón—el aguachile de Contramar, la milanesa de Racines, el crudo de Le Duc, el helado de aceite de oliva de Folderol….
Quiero saltarme las escalas y las aduanas, nadar sin preocupaciones en playas cálidas y cristalinas. Quiero leerme todos los libros que guardo para el después que nunca llega. Anhelo recorrer mis ciudades sin prisa y sin pausa, hasta que me venza el cansancio, o se me gasten las suelas de los zapatos, lo que ocurra primero.
Quiero que nos llamen por nombre y apellido al llegar, y que saluden a Winston, claro que sí. Quiero pasar mis mañanas en mercados y jugar a que cocino de verdad en una estufa que no tenga que limpiar. Quiero abrazar a los amigos que están lejos más a menudo y quiero sacar a pasear mi francés que tanto me ha costado. Quiero hacer preguntas. Quiero pancakes, masajes y faciales diarios, en ese orden- why not, tomarme tres capuchinos al día y mucha champaña. Quiero meditar como Roger Gabriel y alcanzar el zen. Quiero dormir, más que todo, eso quiero, sin más complicaciones ni complejidades. Quiero plantar un árbol, donar mi tiempo, hacer el bien.
Ahí están, esas son mis resoluciones para este 2025, esto fue lo que trajo el barco y voy a esforzarme en cumplirlas de cara al 2026 contra viento y marea. Ni Cuba, ni Tokyo, ni Ciudad del Cabo, ni Maldivas. No cuenten conmigo.
En un mundo tan impredecible, lleno de interrogantes, viviendo al límite, quiero aferrarme a la certeza de lo conocido, lo tangible, por más breve o pasajero. Estoy segura de que esa, es la clave de la felicidad. Y sino lo fuera, lo seguiré intentando.