Nadie sabe lo que nos depare el destino. El futuro es cada vez más incierto. Desde la pandemia vivimos manga por hombro. Pero como no tenemos garantía de cuánto tiempo nos queda en esta fiesta, cada año que pasa lo despedimos con la reverencia que merece, repasando lo bueno y lo malo, y nos amparamos, mejor dicho nos aferramos contra viento y marea, con uñas y dientes, como mejor podamos, a la idea de que quizás, el horóscopo de Madame Mela nos revele que por fin, este sí será nuestro año de la suerte.
Lo que daríamos porque todos los días comenzaran con esa inocencia, ese frenesí, esa ilusión, la claridad, la magia y el entusiasmo que abraza el principio de enero. Salvo nuestro cumpleaños, es en el transcurso de esos días cuando todo es posible, cuando nuestros calendarios son lienzos en blanco que vamos llenando de sueños, de metas, de planes por cumplir y claro, en mi caso-- de viajes por realizar.
Nos esforzamos, nos esmeramos, nos abrimos al universo. Intentamos ser mejores versiones de nosotros mismos, limpiamos la casa, literalmente, sacamos los rituales de la caja junto a los adornos de navidad, abrimos el champán y cuando se acaba el champán bebemos coquito para no perder la costumbre y pensamos en esas resoluciones como un contrato firmado con sangre que jamás podemos romper. Después de todo, esto es un tema solemne, como diría Rosalía, de respeto- no se puede improvisar con estas cosas, esto no es un relajo, no se juega con la fortuna.
Hay gente que nace con ella, yo tengo que perseguirla. Espero 11 meses para el despliegue de tradiciones irracionales que, si bien asustan a mi marido y a mi muy católica mamá, se han convertido en un mantra que me arropa y me protege contra lo que venga. Llámenlo placebo, pero a mi me ha funcionado, poco me importa lo que piensen de mi y las millas de Delta no mienten.
Por si tenían el pendiente y les pica la curiosidad, sepan que mi maleta siempre duerme afuera, que le regalo flores blancas al año viejo y recibo el que llega de la misma forma como quien saca la bandera de la paz por si acaso.
Atrás quedaron los pesitos en los zapatos, las lentejas en los bolsillos, las uvas y quemar cosas porque no me doy abasto y porque el que mucho abarca poco aprieta.
Y es que también hay que sacar tiempo para elevar una oración, meditar, enviar felicitaciones, dar una buena caminata, plantarle un beso al marido, abrazar al cachorro, planchar el outfit y en medio del corre y corre, también hay que terminar el consabido inspiration board. Ese último no es negociable.
El pasado 31 de diciembre del 2022, no logré terminarlo y me arrepentí casi inmediatamente. Así que, estando yo en el Marriott Courtyard de Aguadilla, aburrida hasta morir, escuchando la música del lobby a la distancia, decreté dos cosas: que esto no me volvía a pasar y que- para esa misma fecha estaría yo en el Mark. NY nunca me falla.
Era un juramento, una revancha, la primera resolución que no se quedó ahí sino que, con los dedos cruzados, como meme de Instagram, sin saber cómo lo lograría, con mi Amex que ya no es corporativa, confirmé la reserva y viví para desmentir que el dinero no compra la felicidad y contarles que Jesus took the wheel.
Que conste que no soy fan del invierno, pero tenía que huir a toda costa de la maldita pirotecnia que tanto angustia a mi pequeño Winston, de las fiestas de marquesina con el small talk que me aborrece y del brindis del bohemio que me deprime. Por fortuna, no pude haber escogido un mejor lugar. No hay más que buscar. Y si este es un augurio, un omen de lo que me espera, empezamos bien. Porque, en el Mark, como en el mar, la vida es más sabrosa y todo es felicidad. Aunque me llevé el champú—como era de esperarse, me costó decirle adiós a la bañera, a la cama. Extraño también los ramos de rosas frescas y los macarons de Ladurée, lo reconozco. Me acostumbré rápido al Upper East Side que tanto critiqué cuando vivía en el Lower East Side… Winston fue feliz con sus caminatas en Central Park. Romel asegura que los martinis son perfectos y en cuanto a mi, salí de allí renovada, levitando casi, con fe en la humanidad, tarareando las canciones de Sinatra, latte de Sant Ambroeus en mano, gorra del hotel puestísima, convertida, adoctrinadísima modo culto, fresca como una lechuga, lista para comerme el mundo como quien sabe que este por fin, será su año de suerte. Que así sea para todos y que la paz esté con nosotros.