Por si tenían el pendiente, consciente del momento histórico que vivimos, he ponderado más de una vez si debo publicar este escrito o no. Reconociendo que hay temas más importantes sobre el tintero, mucho más críticos que una computadora voluntariosa que me obliga a escribir desde mi móvil, temas que nos roban sin tregua el sueño y la paz, nada me queda más claro que no tenemos tiempo ni espacio para frivolidades, mucho menos para distracciones— y lo que todos necesitamos con carácter de urgencia es rescatar nuestra frágil humanidad desde nuestras respectivas trincheras.
Es por eso que viajamos, porque al viajar recordamos que, aunque nos separan líneas geográficas, lenguas y creencias, al final no somos tan distintos.
La ausencia de indiferencia es señal de que no todo está perdido, claro. Pero no nos engañemos, la historia sería muy distinta si el lado dulce de la vida no estuviera reservado sólo para algunos, si lo tratáramos como un derecho universal. Es esa nuestra asignatura pendiente.
Hoy domingo - casi manifestando un buen augurio en los días que se avecinan les entrego finalmente La Dolce Vita.
Todo tiene su final, nada dura para siempre, ni lo bueno- ni lo malo- afortunadamente. Era cuestión de tiempo. Tras recorrer Roma y Pantellería este viaje tenía los días —y la ropa interior contada. Era el momento de decirle arrivederci a la reina indiscutible del verano. Me pareció que la mejor manera de cerrar con broche de oro esta temporada eran unos días en Porto Ercole.
Ya le podemos decir adiós al FOMO. Al constante algoritmo de IG recordándonos que no estamos donde están todos.
Como saben, RoLoDex no es ni pretende ser Trip Advisor y yo estoy lejos de ser millonaria. Tampoco es mi intención a estas alturas de partido reseñar propiedades- pero cuando pienso en el verano- no chapoteando en la playa de a Vega Baja a los 8 años, comiendo alcapurrias, tomando Pepsi y escuchando a Frankie Ruiz como seguro lo hizo Bad Bynny, sino como la cuarentona que soy- pienso siempre en eso que llaman la dolce vita, o lo que viene siendo- Il Pellicano.
No recuerdo cómo fue ni desde cuándo me obsesioné con esta propiedad, pero ha pasado mucho tiempo. Todavía tengo guardadas revistas polvorientas donde lo reseñan que han sobrevivido todas mis mudanzas, revistas con el sello de aprobación de Yolanda “la master jedi” Edwards, mejor dicho- mi spirit animal. Tanto insistió (jodió) Yolo con Il Pelli, como le llaman cariñosamente los usual suspects del jet set (y por usual suspects estamos hablando de Sofia Coppola para que me vayan entendiendo), que no me quedó otra alternativa, tuve que ir y ver con mis propios ojos como Santo Tomás si era todo lo que decían que era.
Es difícil describirlo pero podría jurar que ya había estado allí. Llámenlo un buen presagio. En cuestión de minutos Il Pellicano te obliga a repensar y redefinir tu versión de lujo. No estás en Capri ni Mykonos- no podrían ser más opuestos. Aquí no hay influencers tomándose selfies, Dios reprenda. Aquí impera el sociego, pero lo necesario, sin sentirse desconectado modo retiro espiritual con Deepak Chopra. No tocan discos de reggaeton en la piscina pero te arrulla el sonido de las olas en las tumbonas y el chasquido de los negronis en el bar. Te intoxican los arbustos de romero, la vista impecable de un mar tibio, en calma. Te apetecen las sientas tanto como las ciruelas y melocotones y te acostumbras al servicio de primera, sin gota de arrogancia, que anticipa todos tus deseos.
En las noches, fuera del piano y las canciones de Sinatra- obvio Sinatra- la filarmónica de grillos tiene su propio concierto. Luego te esperan camas hechas por los duendes Keebler que prometen descanso reparador.
Te advierto que querrás llevarte todo en el bolso, ellos lo saben, no eres el primero. Que si el cenicero, que si los toiletries, pero no puedes perder la compostura porque querrás regresar y no te irás sin la reserva del próximo verano. Volverás con tu sombrero de paja italiano, tu bikini de Laura Urbinati que te costó una pequeña fortuna, las Birkenstocks que solamente usas allá, porque acá en la realidad usas Havaianas. El último día olvidarás que juegas tenis pésimo, que no hablas italiano, se te olvidará a qué hora debes tomar el tren, que Coppola no es tu amiga, que nadie te espera con toallas limpias en tu foyer, y olvidarás tu cuenta de ahorros esperándote en San Juan- pero que sigan llegando esos Negronis Sbagliatos por favor y mañana ya veremos.