Hay ciertos destinos en el wish list de una persona que se guardan para el final por la complejidad de su logística, por tiempo, presupuesto o todas las anteriores.
Para esta servidora, Fernando de Noronha, Beirut, Big Sur, Patmos y Pantellería son sólo algunos ejemplos. Pantellería ha sido the object of my affection por los últimos tres años, porque, como a muchos nos pasó, hubo un plan, un viaje que la pandemia nos robó—y fue exactamente lo que sucedió con ella, por eso la bauticé oficialmente como la que el viento se llevó en el 2020.
Fast forward, llegamos al 2023 y la remota isla italiana que descansa sobre obsidiana y comparte su mar con Tunisia por fin se dejó ver. Fui ingenua. Tan pronto llegué, me di cuenta de que esos tres años no me prepararon lo suficiente para tanto misterio y es que Dios (que sí sabe manejar este tema) está en los detalles, esos que no se ven entre líneas.
Empecemos por el principio, mejor dicho, por qué ella. Pues bien, la primera vez que supe sobre Pantellería fue en el 2016 gracias a un artículo en la revista Travel and Leisure que reseñaba la casa del diseñador Giorgio Armani. Tilda Swinton también grabó allí A Bigger Splash. Fue un momento ajá como dice Oprah.
No estamos hablando de Capri, ni St. Tropez, ni Santorini y mucho menos Ibiza… Nada en contra de ellas, con todas me llevo muy bien y guardo un buen recuerdo de cada una. Sin embargo, esta era otra liga de lujo y exclusividad--la liga del verdadero descanso, la del silencio, precisamente lo que busco (y necesito) en este momento de mi vida- un lugar lejos del bullicio, con el sello de aprobación de Armani y Tilda.
Pero claro, del dicho al hecho hay un gran trecho. El plan original- pre-White Lotus fever- incluía también Taormina y Tonnara di Scopello… Pero más rápido que ligero me di cuenta de que no iba a funcionar y desistí. En primer lugar, estábamos verdaderamente lejos de todo y de todos y los vuelos brillan por su ausencia--en segundo lugar, súmale un jetlag a la ecuación y, por último- un esposo tratando también de disfrutar unas merecidas vacaciones, que coincidían con un aniversario significativo y su cumpleaños. Era mucho pedir. Así las cosas, estaba decidido, Pantellería sería nuestro hogar por una semana. Igual no había cómo escapar. Armani tiene un mega yate, yo no. Y ahora sé por qué—es un tema de practicidad.
No voy a mentir, Pantellería no es para todo el mundo. No fue necesariamente amor a primera vista. Mi naturaleza inquieta empezaba a reclamar…El tiempo que estuve allí me tropecé con seis turistas y con la excepción de una pareja de franceses, todos eran italianos. No hay boutiques de renombre, ni museos famosos, ni galerías de arte, ni playas con tumbonas plegables, pero eso ya lo sabía.
Aunque me armé con un puñado de actividades que me garantizarían una estadía fabulosa, no niego que tuve miedo, miedo de aburrirme hasta morir.
Fue así como me resistí a mi acostumbrada impulsividad, y me abandoné a mi realidad, producto de mi propia decisión. Ayudó mucho habernos quedado en Parco dei Seisi, nuestro headquarter, que fue fiel a sus fotos y a su perfil de Instagram, todo un vibe gracias a Dios. Nada pretencioso, todo lo contrario-- una oda al diseño, a la simplicidad. No busca competir con su entorno en lo absoluto, por el contrario--se ajusta, se acopla, lo respeta, se hace pequeño. En un abrir y cerrar de ojos me acostumbré a este ritmo recién descubierto y al árido panorama.
Los días pasaban entre masajes, chapuzones, clases de cocina y lecturas del tarot, entre libros, traducciones y siestas ininterrumpidas. Por un instante (cortísimo) hasta coqueteé con la idea de tener mi propio damuso pantesco y me vi todo el día en kaftans cuidando mi viñedo.
No hubo un día que no tuviera un atardecer de película, pelo secándose al viento, un plato abundante de melocotones frescos y una buena copa de vino blanco en mano, mientras me perseguían constantemente el olor a pasta y la banda de gatitos adoptados por la propiedad esperando su porción.
Pasó la semana casi sin darme cuenta, ya estaba lista para otro escenario…No soy experta, pero esto debe ser eso que los italianos llaman dolce far niente. No es no hacer nada. Es un arte más bien, una práctica recurrente, la de estar, de ser, que-- sin duda, es el primer paso para sumergirse y comprender a plenitud el verdadero significado de la dolce vita. De nuevo, no soy experta ni pretendo serlo, pero es que no, no podría ser de otra manera.
Desmantelando:
Hay un vuelo, máximo dos semanales, y se atrasan con frecuencia. El ferry a Sicilia no es una opción a menos que no te importen las 6 horas en mares inhóspitos.
Se habla italiano, punto. Presígnese. Hable con las manos.
Dónde quedarse:
Parco dei Seisi
Para comer:
Il Principe E Il Pirata
La Vela
Con reserva anticipada*** Parco dei Seisi
Para Drinks modo casual:
Imperdible:
El espejo de Venus, lago con propiedades minerales restorativas
Paseo en bote alrededor de la isla
Wine Tasting:
Aparte del vino, se van a enamorar de su pequeño Jack Russel Terrier
Souvenir:
Una pulsera de obsidiana